Su encendido amor a la Virgen María, la búsqueda de su protección y de su ejemplo, a la vez que el deseo de no encumbrarse sobre nadie por su oficio primero de la casa fue el motivo de elegir a María Inmaculada como Abadesa perpetua de esta Comunidad. Por eso propuso a las hermanas preparar un acto de elección. A las once se clausuró la iglesia después de la Misa mayor, se reunió en Capítulo la Comunidad en el coro bajo y se dispuso la caja de los escrutinios repartiendo las papeletas de votación. Al otro lado de la reja, en la iglesia, presidían la elección y eran testigos el Padre Guardián de los Franciscanos y su Vicario: “En este convento de Santa Clara de Soria, reunida la Comunidad capitularmente el día 8 de diciembre de 1945 a las once de la mañana, se procedió a la elección de la Inmaculada Virgen María en Abadesa perpetua de la Comunidad, asistiendo y presidiendo a la vez en ella el Rvdo. Padre José Bernardo Biaín, Guardián del Convento de PP. Franciscanos en esta ciudad, acompañado de su Vicario Rvdo. Padre Juan Ajuria. En esta elección, invocadas las luces del Espíritu Santo y siguiendo en todo las normas de las elecciones canónicas de Abadesa, teniendo voto también las religiosas de Profesión Simple, las hermanas legas y postulantes quedó elegida por 29 vocales en Abadesa perpetua de esta Comunidad la Inmaculada Virgen María”.
Después de la unánime elección se proclamó Abadesa perpetua a la Virgen María; Madre Clara colocó en su imagen el sello del convento como signo de sus poderes y le consagró la Comunidad con una súplica y entrega: “Acepta, Madre mía, el encargo del gobierno de la Comunidad que Dios nuestro Señor me confió y que, con la más íntima complacencia de mi alma, hoy te entrego. Interpretando la buena voluntad de mis hermanas que me han de suceder en él lo pongo también en tus manos. Tú eres nuestra dignísima Madre Abadesa y lo serás perpetuamente. Tú la Pastora Divina que guiarás este rebañito hasta conducirlo a Jesús. Las elegidas y nombradas canónicamente Abadesas quedamos constituidas en humildes zagalillas tuyas”.
Mientras se cantaba el Te Deum cada electora besó los pies de la imagen santa y profesó obediencia a la Abadesa Celestial. Desde este día Madre Clara y todas sus hijas añadieron a su nombre el de María.